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noviembre 14, 2018

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El imperialismo destruye todo a su paso.

Informan que en Washington se reunieron grupos de la oposición al Gobierno de Nicaragua. Se reúnen en Estados Unidos para conseguir canonjías a base de hacer genuflexiones ante promotor de todos los crímenes y bandidajes que ocurren en el mundo entero. Aunque parezca ocioso decirlo, me refiero a Trump imperator y a sus secuaces.

Mientras los billetes verdes sean de aceptación cuasi universal correrán detrás ellos, con la fiereza de un gatillo con hambre; son aquellos que no tienen patria ni dignidad y por eso viven rendidos ante el putrefacto mecenazgo de los enemigos de los pueblos.

El imperialismo cuenta con miles de armas de destrucción masiva y con el poder del dinero que le permite penetrar hasta los más finos resquicios de la inmoralidad de los inmorales. Pero tiene otra fuerza terrible, el monopolio mediático que ha puesto en acción a un poderoso ejército de falsarios y descarados mentirosos.

A la injerencia imperialista y a sus agresiones directas se les dan nombres diversos, casi siempre nacidos de la intelectualidad gringa. Ahora hay golpes duros y golpes suaves; a las guerras imperialistas las han clasificado según una complicada escala de “generaciones”. Debo confesar que estas complicaciones semánticas no me convencen y no me parecen aceptables.

Claro que el mundo social y político evoluciona y cambia, igual que lo hace la naturaleza. Pero existen fenómenos que no requieren nuevas nomenclaturas y que estas novedades idiomáticas solo sirven para oscurecer lo que siempre ha de estar claro.

¿Por qué dar nuevos nombres a fenómenos que no han cambiado su esencia? El conflicto histórico natural entre las clases sociales en las condiciones del modo de producción capitalistas se llama lucha de clases. Así se llamó y se llamará siempre. Lo cierto es que, como se dice en el Manifiesto Comunista, la “historia de toda sociedad hasta nuestros días no ha sido sino la historia de las luchas de clases”.

El señor Fukiyama concluyó, en un libro interesante y espeso, que la historia había muerto. El monopolio mediático inició una enorme campaña para la construcción de lápidas diversas con una inmensa cantidad de epitafios. A los comunistas nos bombardeaban con las más diversas interpretaciones de la muerte de la historia, puesto que celebraban que con la muerte de la historia habían muerto Marx, Engels, Lenin y todos los revolucionarios, incluyendo a Fidel Castro y al humilde militante que escribe esta nota.

Pareciera que el arsenal de las falsedades y mentiras que forman la armadura del monopolio mediático está totalmente automatizado: tocan un botón en Washington y el ejército falsario comienza a vomitar su bazofia ideológica. Mientras el jefe mantenga su dedo en el botón no pueden callar, ni para tomar aire. A veces hablan, a veces gritan y muy a menudo ladran.

No pretendo hacer un prontuario de las necedades, ni de las locuras y vulgaridades que logra parir su sesera enferma. A veces parece que padecen de una rara enfermedad, que se me ocurre que podría llamarse “Esquizofrenia mercenaria”. Viven como el loco en un mundo irreal. Cualquiera que visite Nicaragua o Cuba o Venezuela fácilmente verá que lo que pregonan no tiene ningún asidero en la realidad. Pero lo peor, no logran ver o están cegados por la esquizofrenia mercenaria que el gestor de los problemas es su jefe y patrón, el imperialismo yanqui.

 

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