Yo estoy totalmente convencido que la próxima guerra mundial y cada vez la veo más cerca será contra el internet, sus redes “sociales” y el inhóspito mundo de mentiras que las habita.
Las redes sociales son pérdida de la privacidad, adicción, acoso online, aislamiento de las personas, potenciador de estrés, fake news y parlantes de noticias falsas y al suave al suave, con el cuento del derecho a la información, nos está desinformando, pero también matando a través del odio que generan.
La tecnología ha ido tan veloz que sus plataformas y entornos evolucionan al mismo ritmo de la vida que llevamos y lo hace en la medida que las hacemos parte de nuestra existencia, y muchas veces, sin darnos cuenta y menos sin calcular, las consecuencias de lo que estamos haciendo porque hemos llegado a ignorar, adrede, la dependencia que tenemos de ellas.
El ritmo de evolución tecnológica es demasiado veloz de un día para otro y lo más cercano que tenemos para tomar conciencia de ello es cuando solo alcanzamos a realizar que el mundo, nuestro propio mundo, para demasiado rápido porque las horas se nos están encogiendo y francamente creo que hay que reflexionar en esta materia porque en la medida que el internet nos atrapa, en esa misma medida perdemos la familia y a los seres queridos porque nos estamos deshumanizando.
Las redes sociales han conectado a las personas como nunca antes ningún medio lo había hecho. En Facebook nos hemos reencontrado con viejos amigos, compañeros de estudio o de trabajo. Con Twitter hemos conocido gente con nuestros mismos intereses, nos mantenemos al día de la actualidad de una forma dinámica e instantánea, pero en el fondo, como medio que son, desde el alto o bajo de la balanza, ya están resultando ser más negativos que positivos, porque de estas y otras redes se desprende una influencia masiva que está imponiendo por doquier la teoría del caos y la sedición a través de la inoculación de tóxicos anarquistas que amenazan la paz.
Facebook, Twitter, u otras redes son plataformas robóticas o sea maquinas hechas por el hombre, pero necesitamos definir su utilidad y eso está también en las manos del hombre porque el uso que hacemos de ellas nos puede conducir al bien o al mal.
Un elemento fundamental que en nuestra sociedad fue masacrado desde el fracasado golpe de estado de abril de 2018 fue la verdad. Esta fue asesinada por la desinformación que algunos generaron desde el disfraz periodístico para finalmente envolverla en la mortaja de la mentira y tirarla como cualquier cosa y en cualquier lugar para tapar el crimen que cometieron contra Nicaragua.
Cuando uno busca una razón que justifique todo lo que hicieron, los muertos que generaron, la economía que destruyeron, el desempleo que dispararon y el daño moral que nos causaron para dividir desde la mentira que proyectaron a la familia nicaragüense, solo se encuentra un diseño perverso y malévolo que tiene su principal base en la desinformación que parieron y siguen pariendo desde las redes sociales desde donde actúan bajo perfiles falsos.
La desinformación es la ausencia de información verdadera, de información veraz. La desinformación es chisme, es cuento, es rumor, es novela y al final un veneno mortal en la mente humana.
Una persona desinformada es un tóxico ambulante con una lengua dislocada que se mueve repitiendo mentiras, desfigurando realidades y sirviendo de agente, intencional o no, a quienes inventan las mentiras para causar daños que por su propia maldad no son capaces de calcular y de ahí que ahora la moda sea mentir y mentir con respecto al tal coronavirus contra el que se han lanzado no por el peligro que representa sino porque aún no ha entrado a Nicaragua, aunque ello sea inminente. Seguramente el Coronavirus como enfermedad y las miserias humanas como sujetos tienen identidades afines porque son molestas, porque son perversas, porque todo lo que tocan lo enferman o lo matan, porque solo sirven para destruir, porque todos los días sorprenden por su frenética capacidad por sembrar la zozobra desde la mentira que construyen todos los días para congraciarse contra el más grande sospechoso de haber parido la peste del Coronavirus; El imperio norteamericano.
La desinformación entonces puede producirse sin intención cuando la naturaleza de alguien es atrevida y afirma cosas que no son solo porque lo escuchó de otros, igualmente perdido sobre cualquier tema, pero cuando esta se genera desde un medio de comunicación, donde se supone que debe haber un periodista responsable, y además de mentir sobre cada cosa le da una dimensión apocalíptica, ahí las cosas cambian porque hay una intención dolosa y maquiavélica como por ejemplo ahora que hasta en temas de salud especulan.
La desinformación es un concepto muy cercano a la propaganda y tiene en consecuencia un hermano que se llama manipulación y juntos son capaces de crear situaciones que han llevado con esto del coronavirus a una histeria colectiva que está generando un stress inducido por una perversidad sin límites que genera especulaciones y rumores que en cualquier otro país están sujetos a cárcel.
La desinformación en cualquier terreno genera estados de pavor y desesperación que te pueden matar, que te pueden dañar irreversiblemente o empezar simplemente una guerra que no tenemos idea cómo puede terminar y que para colmo no hará ganador a nadie, pero sí perdedores a todos y los primeros que saldrán corriendo al dimensionar lo que hicieron a través de sus mentiras serán los desinformadores que ya fuera del país se declararán cínicamente perseguidos políticos, cantata que nos sonará bastante familiar porque eso es lo que repiten todas las gárgolas o murcielaguitos que hicieron lo que hicieron a partir del 18 de abril a base de las mismas mentiras que continúan repitiendo, aunque ya muchos de ellos estén devuelta.
Es tal el daño que causa la desinformación que se comienza a pensar, sobre todo en Europa, en legislar sobre esta peste. Los que viven de la desinformación y reciben importantes presupuestos para lo que hacen, no escucharan agradable que se comience a legislar sobre la desinformación porque no es necesario ser sabio para estar claro que lo primero que gritaran es “violación a la libertad de expresión”.
Óigase alto y claro nada tiene que ver la libertad de expresión con la desinformación. Aquí en éste país, donde se goza de un gigantesco libertinaje todo el mundo dice cualquier cosa, cualquier bascosidad contra cualquier persona, pero eso no tiene que ver con la libertad de expresión, aunque sí mucho con la calumnia, la injuria y la difamación y todo eso está penado.
Libertad de expresión es decir todo lo que queramos, pero siempre y cuando tengamos certeza de tener soporte de lo que afirmamos y como en muchos casos eso no sucede, incluso pasa entre la misma gremialidad periodística, muchos países están considerando legislar sobre el tema de la desinformación.
Hoy las redes sociales y quienes son parte de ella han construido un mundo peligroso a su alrededor y desde ahí se cometen delitos y quienes los hacen o los estimulan se creen intocables. Menos mal esos criterios descerebrados ya las tienen claras ante la preocupación compartida de muchísimos gobiernos que están en la línea de la regulación del internet y todo lo que represente.
Hay que legislar sobre la desinformación porque esta nos puede matar, nos puede enfermar y puede convertir en asesinos a los que por tener una mente dúctil caigan en esas redes tenebrosas.
Es el mal de los nuevos tiempos porque quienes lo hacen con más recurrencia son “periodistas” que no entiendo, menos que comprenda, cómo puedan ser capaces de llamar a baños de sangre cuando éste apostolado siempre ha ido en el sentido contrario de la muerte.
QUE DIOS BENDIGA A NICARAGUA.