Opinión
marzo 18, 2020

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Detalles del Momento: Los absurdos mediáticos

Hoy por hoy los medios de comunicación estamos en el centro del análisis que de nuestro trabajo hace la gente, la gente de un lado y de otro. Por supuesto que un parámetro que determina lo bien o mal que puedan resultar esos criterios es la posición política o ideológica de quien nos valora porque francamente en una polarización como la que vivimos hoy hablar de objetividad es francamente estar desubicado.

Por ejemplo, yo no puedo aspirar a caerle bien o que tenga un alto concepto de mi persona, alguien qué, sin duda alguna, por masoquismo me ve todos los días, pues existen de esos y muchos, como de la misma manera un sandinista puede tener el mejor concepto de uno de esos que en los medios financiados por los Estados Unidos viven pidiendo todos los días agresiones contra Nicaragua o mintiendo cotidianamente para servir a un interés político que es quien los emplanilla.
Ahora en el mundo contemporáneo no importa la calidad de la información que se brinde, tampoco que tan objetiva o cercana a la verdad esté, menos que el efecto colateral de su difusión medie para que quien la diga se detenga un momento para considerar el daño que puede ocasionar a personas o países.

Hoy las noticias no suceden, se fabrican. Hoy no se acude al lugar de los hechos, sino que se espera donde ya se sabe se producirán los acontecimientos. Hoy no se pregunta qué podría pasar hoy, sino que se programa lo que va a pasar porque ya nada es espontáneo, ya no hay sorpresas, sino que ya hay una estrategia definida de eventos que están agendados para impactar sicológicamente a la sociedad, para sacarla de la estabilidad que ha logrado porque el objetivo es crear la histeria a través del miedo.

En estos tiempos no hay calidad en la información, no se requiere que un periodista tenga un mínimo de formación, basta que tenga la suficiente capacidad para agitar como para concederle en el medio un espacio en calidad de estrella.
En el mundo actual los medios de comunicación tienen por moneda corriente el rating o audímetro. Este rating es una cifra que indica el porcentaje de hogares o espectadores con la TV en un canal, programa, día y hora específicos y en relación al total de TV en los Hogares o televidentes considerados en la muestra, esta cifra siempre va a ser menor o mayor y por sus resultados muchos están dispuestos a hacer cualquier cosa.

A los que ahora somos parte de ese bolsón que por nuestra edad pudiéramos ser considerados como de la vieja guardia, que aprendimos de generaciones periodísticas que hoy descansan en otro plano, nos enseñaron por periodismo que esto era un apostolado para predicar valores a la sociedad con el fin de civilizarla y que el uso de los medios y los recursos que teníamos para hacerlo eran un vínculo indisoluble donde la búsqueda del rating era a través de la competencia de conocimientos, del manejo impecable de las relaciones humanas, del respeto que se ganaba por el profesionalismo que imprimías a tus notas y por la forma en que las transmitías, pero hoy nada de eso cuenta.
Hoy el mundo mediático es atractivo por la vulgaridad y lo ordinario. Hay efectos, hay música estridente, hay imágenes, hay set bien diseñados, pero no hay contenido, no hay educación. Ahora ya ni se cuidan de poner en pantalla a rostros atractivos, ahora basta que cualquier desaliñado diga cualquier barbaridad y crea que está haciendo televisión o que quien lo está viendo, escuchando y también leyendo, le crea. Es más ya ni siquiera se visten adecuadamente para hacer su trabajo, ahora hasta aparecen con las patas chorreadas y hasta en chinela de gancho.

Lo anterior se puede cubrir sin duda con ropa o con maquillaje, pero lo que no se puede cubrir con nada es la mentira, él ánimo de sobresalir bajo aquel concepto de que el fin justifica los medios, aunque lo que estés vendiendo sea odio, sea brutalidad, un espectáculo de poca monta o peor aún agitación colectiva, tremendista, para aterrorizar a todo un país al que estas narrando cosas que desde la misma transmisión que haces no están sucediendo, pero en las que se insisten porque solo quieres llamar la atención y que te vean aunque hagas el más despreciable ridículo.

En Nicaragua esos canales de televisión que se proclaman “independientes” son parte de toda esa estupidez porque llegará un día que su propia irresponsabilidad terminará por alcanzarlos y serán pasto de su propia ceguera porque, aunque ciertamente tengan rating porque muchísimas gentes los ve, la verdad es que solo lo hacen para observar hasta donde llega la brutalidad de algunos que penosamente se dicen periodistas.

Desde “Detalles del Momento” siempre he dicho que solo soy una opinión y con la misma fuerza he proclamado que no soy dueño de la verdad, ni que me apropio de preferencias entre los televidentes que a esta hora tienen muchísimas opciones que sintonizar, pero eso sí, lo que jamás hice ni haré es, el ridículo. En ese sentido me he impuesto respetarme para que me respeten porque que mal les ha ido a todos esos que todos los días en vez de noticias hacen novelas de tan poca monta que cuando alguien, con un mínimo de sentido común les ve, lo primero que lamentan y con mucha razón, es el irrespeto del reportero de aquella nota que habla no solo mal de él, sino del editor, del director, del dueño del canal para el cual trabajan, porque con su mentira se lleva en el alma a muchos.

Es increíble hasta donde han llegado algunos con tal de lamer la posición política de los dueños de algunos medios. Yo puedo entender que es legítimo, sobre todo en estos tiempos, defender el salario, pero también hay que tener mucho respeto por uno mismo, porque la reputación es importante para que otros medios mañana o más tarde tengan interés en contratarte porque nadie es eterno en un mismo lugar.

La reputación es la consideración, opinión o estima que se tiene a alguien o algo. El concepto está asociado al prestigio, pero dependiendo del contexto, el término puede ser utilizado con una connotación negativa. Ese es el caso de las personas que tienen una notoriedad evidente por alguna característica poco digna de destacar. Por lo tanto, la opinión pública ya conoce la mala reputación en cuestión.

Podes intentar engañar a la gente diciendo que aquí en Nicaragua no se hizo nada desde el 2007, pero como haces para ser convincente si por más que mientas los hospitales, las escuelas, las carreteras, la electricidad, los estadios, los parques y los programas sociales están ahí.

Hacer el ridículo es uno de los grandes temores de quienes se toman muy a pecho su propio ego y sus propias mentiras. El ridículo se experimenta como algo más que una simple vergüenza. Por lo general, un error, equivocación o fallo se asocian a la desaprobación, pero cuando lo que haces es intencional entonces la asociación inmediata es con lo absurdo o con la tragicomedia.

Además de lo expuesto es importante establecer que, en el lenguaje coloquial, se hace uso del término reputación acompañado de un adjetivo. Concretamente se dice “esta o este periodista es de mala reputación”, lo que viene a significar que se considera que esa persona puede ser cualquier cosa menos un comunicador como modernamente nos llaman.

Construir una reputación positiva es una tarea que lleva años que requiere de coherencia. Periodísticamente por el hecho de aparecer en cámaras agitando y no informando ni aceleramos el tiempo para madurar ni somos los profesionales que articulamos una nota responsable para ganar una buena reputación.

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