Estados Unidos, sobre todo ahora que es el foco pandémico más peligroso del mundo, no se ha dado la oportunidad para plantearse una reflexión acerca del papel que asumió en el mundo como pretendido juez o policía de otras naciones que por sobradas razones sospechan que esta pandemia es producto de un Covid-19 que no hay que verlo solo como un virus sino como un arma biológica apocalípticamente tan poderosa que su desarrollo y letalidad equivale al escenario de una tercera guerra mundial que apunta a la hegemonía económica del planeta, pero del que no pocos sospechan fue producto de la manipulación humana desde los laboratorios del imperio.
No es difícil deducir por la velocidad del contagio y su ya marcada letalidad que los grandes emporios económicos poco pudieron hacer nada para frenarla e increíblemente nos queda claro que el más afectado es el imperio norteamericano el que siempre se jactó de ser la mamacita de Tarzán.
Tengo claras e irreconciliables distancias con los Estados Unidos por lo que históricamente ha hecho a nuestro país y sin duda alguna las seguiré teniendo más pronunciadamente ahora que su ensoberbecida prepotencia, en vez de hacerlo aterrizar, más bien ha potenciado sus odios contra países a los que considera sus enemigos, pero eso no significa que desee el mal para esa nación porque los enfermos y los muertos son seres humanos que no tienen la culpa de lo que hacen sus gobiernos.
El mundo tal como lo conocíamos dejó de existir, pero los que aún estamos vivos, los que Gracias a Dios estamos todavía sanos, estamos obligados a cambiar, tenemos que replantearnos una visión diferente de la vida porque si con esto que nos está pasando no lo hacemos no lo haremos nunca y todos de alguna manera, por acción o por omisión, somos el resultado de nuestros actos y errores y lo expongo así porque es una conclusión quizá muy personal, pero que debería tener una aplicación universal para que naciones poderosas y ensoberbecidas como el imperio norteamericano las aplique y cambie el curso hacia su destrucción.
Lo expreso porque me indigna la indolencia del imperio que en una coyuntura donde la tragedia y la angustia le demanda humildad, su fuerza oscura y ensoberbecida insista en golpear con su prepotencia a naciones que batallan en medio de la pobreza que les dejó el saqueo histórico de los mismos Estados Unidos, contra esa pandemia que repito no pocos sospechan es producto de la manipulación humana de científicos norteamericanos y que hoy como causa y efecto del Karma se volvió en su contra.
Estados Unidos es hoy la nación más infectada del planeta hasta ahora con 104,865 casos y 1709 muertos y lo único que ha probado es que su mercantilizado sistema de salud, a pesar de su jactado poder económico, colapsó, que nunca llegaron a tener un inventario médico y mínimo para esto, que hizo aflorar la especie más deshumanizada nunca antes vista tras escuchar a uno de sus políticos proponer como solución el auto sacrificio de los ancianos y de descubrir a un presidente incapaz, dual y payaste que cree que esto se resuelve con plata y con decretos cuando la clave más efectiva probada hasta hoy es la solidaridad cristiana.
La crisis del coronavirus se estrelló en el decadente imperio con problemas insuperables como la personalidad volcánica de un presidente loco que, en plena campaña electoral, temeroso del impacto de la epidemia en la economía que era su principal propuesta para la reelección sabe que se le abre el piso y con la debilidad de la asistencia sanitaria en una de las únicas economías desarrolladas del mundo que carece de sanidad pública universal y donde millones de ciudadanos evitan las visitas al médico por temor a los a los altísimos costos que conlleva porque solo la prueba para detectar si alguien está contagiado con la peste cuesta U$ 3,500 dólares sin que medien las facturas por hospitalización y tratamiento por lo que muchos prefieren dejarse morir, no porque quieran, sino porque no tiene con qué pagar.
El Gobierno estadounidense hasta hoy solo ha recomendado distancia social, y en algunos estados las máximas autoridades han convidado al llamado de quedarse en casa como forma de contener la propagación del coronavirus lo que expone la incapacidad de la Casa Blanca para responder a la pandemia.
A inicios del brote Donald Trump calmaba a su nación diciendo que la vida continuaba pues, “el coronavirus no es más que una gripe”. Mientras el magnate afirmaba que el país disponía de todos los kits para realizar las pruebas del coronavirus, el director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, doctor Anthony Fauci, explicaba que “nosotros no estamos preparados ante la idea de que alguien pueda acceder a los test fácilmente, como lo están haciendo otros países, para ello”.
Ante la necesidad de un cambio de mirada internacional por las malas prácticas de su gestión, Donald Trump comenzó a llamar al coronavirus como “el virus chino” generando que sus propios medios lo acusen de usar expresiones y políticas xenófobas, con el objetivo de intensificar sus políticas de guerra económica y como si se tratara de albarda sobre aparejo, en medio de la crisis mundial generada por la pandemia el imperio continúa su política de sanciones coercitivas y unilaterales a varios países entre los que destacan Irán, Cuba, Nicaragua y Venezuela y eso más que demencial es criminal porque hasta le llegaron a poner precio a la cabeza de Nicolás Maduro.
El país que dice ser “protector” del mundo condiciona su “ayuda” a Irán, al mismo tiempo que endurece sus políticas de cerco económico y financiero.
“Estados Unidos continuará aplicando plenamente las sanciones, destinadas a privar a Irán de ingresos críticos de su industria petroquímica y promover su aislamiento económico y diplomático”, expresó descaradamente el secretario de Estado, Mike Pompeo.
En el caso de Venezuela, el presiente bolivariano Nicolás Maduro, al que el imperio puso precio a su cabeza, expresó que “el Gobierno de EE.UU. está persiguiendo a todos los barcos y aviones que traigan comida o medicinas a Venezuela y que a pesar de todo no habrá sanciones criminales que puedan contra nuestro espíritu y nuestra moral”.
El imperio, al estilo oeste, puso a la disposición 150 millones de dólares, para asesinar a Nicolás Maduro y sus colaboradores en vez de proporcionarlos al alcalde de Nueva York donde hay 39 mil infectados y faltan los respiradores.
En el caso de Cuba la arrogancia imperial pone oídos sordos a los llamados de la comunidad internacional para que suspenda el bloqueo al país que aporta desde su ciencia médica el Interferón alfa 2B humano que hasta hoy ha sido el más efectiva, para paliar con una peste que aún no tiene vacuna. Donald Trump se obsesiona contra una Cuba que está enviando sus brigadas médicas al mundo para apoyar y
asesorar en la lucha contra el Covid-19 y por más que le digan más endurece su odio contra una nación que nunca le hizo nada.
Igualmente lo hace contra Nicaragua contra la que se tiene una obsesión fatal porque no le perdona que aquí le hayamos vencido tras una acción de legítima defensa cuando fuimos intervenidos e invadidos y aunque eso solo ha sido la punta del iceberg de muchas otras agresiones, hoy, ese imperio, continua en las mismas, aunque sin comprender cómo después de habernos empobrecido, en la lucha contra la pandemia estamos mejor que ellos, porque aquí si hay un sistema de salud humanitario y solidario, que es gratis y para todos, incluido para los mismos ciudadanos estadounidenses que radican aquí y a los que el embajador imperial Kevin Sullivan está invitando está llamando a irse de aquí cuando en realidad el verdadero llamado que hace es que se vayan a morir allá donde los hospitales colapsaron, donde no hay respiradores, donde no hay medicinas, donde la prueba del Coronavirus vale U$ 3,500 dólares y donde el imperio es hoy el país más contagiado del mundo con toda y su fachenta economía.
QUE DIOS BENDIGA A NICARAGUA.
Por: Moisés Absalón Pastora.