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mayo 20, 2020

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Detalles del Momento: La autoridad moral

Sino más bien es una distinción que desde afuera otros perciben por lo que hacemos en conexión ineludible con lo que predicamos. La autoridad moral es un bien y valor en toda persona que convence a los demás de lo que es, únicamente en la medida que esté lo más cerca posible de la verdad y de la transparencia.

La autoridad moral es una especie de licencia en el ser humano para plantear y cuestionar, para predicar y convencer, para reclamar y ser oído, porque si se carece de ella no es posible someter temas que nos van a rebotar, no vamos a poder criticar porque estaremos siendo lo que pretendemos aborrecer, no vamos a poder demandar porque seremos la negación de lo que queremos y no vamos a ser oídos porque estamos faltos de credibilidad. Es decir, nadie de la boca al labio puede ponerse, solo porque se le ocurrió, el traje de la autoridad moral porque por requerir medidas especiales no lo viste todo el mundo.

Hay personas que son especialmente respetadas porque mantienen un comportamiento ejemplar que irradian el deseo en otros de ser como ellos y que destacan por la conexión indisoluble entre lo que dicen y lo que hacen. Este tipo de gente se convierten en paradigma y en referentes de bien para las personas que le rodean en la familia, en el hogar, en el trabajo o en el conjunto de la sociedad.

La autoridad moral no se impone por el hecho de tener poder, tampoco se hace efectiva porque seas jefe y bajo el organigrama se tenga cualquier cantidad de subordinados que deban obedecerte, tampoco se logra a través del refinamiento mediático que periodistas pagados para ese fin hagan con el objetivo de construir algún perfil político sobre alguien, porque la autoridad moral no depende de ninguna escala jerárquica o de nada que se le parezca, pero sí emana de las cualidades humanas del individuo donde los ingredientes válidos son el don de gente, la humildad, la solidaridad, la franqueza, las actitudes, la sinceridad en el servicio, la solidaridad con los demás y por supuesto una visión cristiana de la vida.

La fuerza de la autoridad está en la moral y eso es un poder que se conquista o se obtiene no por decretos o investiduras externas, ni mucho menos por imposiciones o castigos, sino por la coherencia que hay entre el decir y el hacer y entre el hacer y el ser.

La autoridad moral no se fabricada y tampoco la puedes exigir porque ella es el resultado de un proceso interior donde habitan los valores que se desea transmitir y que fluyen de una manera transparente y bajo un halo que muchas veces es tan irradiante que llegas a verlo y que tiene como fin encarnar un ideal que, por supuesto está obligado a ser noble porque cuando tiene, aunque sea una micro partícula de maldad, de mentira o de hipocresía, ya se evidenció totalmente falto de autoridad moral. Alguien con autoridad moral es quien compromete sus ideas y valores hasta las últimas consecuencias en procura de lo que es correcto para la inmensa mayoría y significa asumir ante los demás todo lo que derive de sus acciones pues tejer la auténtica autoridad moral representa riesgos y sacrificios que son los que no todo el mundo asume.

La autoridad moral es un estatus que alguien posee por su trayectoria ética y por sus valores. Este rango se consigue siendo justos en las decisiones tomadas, adoptando conductas honorables y realizando acciones orientadas al bien común y no el personal.

Un individuo corrupto, hipócrita y sin principios puede llegar a tener éxito en su vida personal y profesional, seguramente estafando a la gente que no lo conoce, pero jamás tendría sentido que fuera considerado un referente moral y precisamente por eso quise editorializar sobre este tema de la autoridad moral porque el oposicionismo está lleno de un montón de estafadores, criticones de profesión, jueces del quehacer de los demás y cada uno de ellos con colas dinosáuricas que se hacen notar en algunos medios de comunicación abiertos y redes sociales donde actúan como lombrices digitales.

Aquí el que se quiera engañar que se chupe el dedo porque siendo éste un país pequeño, donde el que menos corre laza un venado, nadie nos puede venir a decir que ahora los diablos son dioses o que los murciélagos son angelitos o simplemente que la guerra tiene el mismo valor que la paz.

Con este asunto de la pandemia del COVID-19 últimamente he visto a algunos medios de comunicación abiertos, retomados por supuesto por las lombrices digitales de las llamadas redes sociales, rostros que desde el ejercicio de sus cargos públicos en la década de los ochentas y en los gobiernos de Arnoldo Alemán y del ingrato de Enrique Bolaños, se distinguieron no por lo bueno que hicieron, sino por la inmensa estela de corrupción que dejaron sus colas dinosauricas.

Ideay ahora resulta que Martha McCoy ex ministra de salud del gobierno del desaparecido “Máximo Líder”, Arnoldo Alemán es tomada como fuente de análisis de los medios oposicionista para dictar cátedra sobre cómo combatir desde los modernos y nuevos hospitales de nuestro actual sistema de salud la pandemia del COVID-19, cuando ella en aquel tiempo, hace ya tantos años, fue una ministra de figurín a la que hay que recordar que en la página web de la Procuraduría General de la República (PGR), cuelga un informe que la hace responsable de un perjuicio económico al Estado por más de 15 millones de córdobas por penicilinas que se vencieron mientras fue ministra de salud, que pudo haber inmunizado a muchas gentes contra un montón de enfermedades, pero es quien con mucha seriedad hoy te dice cómo deben hacer las cosas los actuales ministros, que además son médicos y no políticos de poca monta como ella.

Trata de dictar cátedra sobre qué hacer contra la pandemia quien fue candidata a la vicepresidencia del Partido Liberal Constitucionalista (PLC) en las últimas elecciones generales y quien al momento de su sueño era directora administrativa del consejo de evaluación y acreditación (CNEA), una institución del estado a la que no renunció porque quería seguir ordeñando un salario abultado mientras desde las tribunas públicas decía barbaridades contra quien le pagaba el salario, es decir lo clásico de aquel que te maldice la vaca, pero se empina la leche.

Martha Mccoy pretendió justificar su incapacidad diciendo que nunca fue requerida por el Ministerio Público y que ella abandonó el Ministerio de Salud en mayo del año 2000 y cómo la iban a llamar si después quien la protegió fue el clon mejorado de Adolfo Díaz, Enrique Bolaños.

Pero lo de Martha McCoy es una pequeña muestra de la hipocresía de algunas personas a las que se les ocurre que tienen autoridad moral para opinar sobre asuntos sobre los cuales deberían cerrar el pico, porque igual sobre el mismo tema puedo mencionar a Dora María Téllez que en la década de los ochentas llegabas a sus hospitales por un raspón en la rodilla y salías sin pierna, podrías hablar también de la Margarita Gurdián cuyo gran mérito fue entregar una sábanas, “donadas” por Doña Lila T al Hospital psiquiátrico que cobijaba a los enfermos con cortinas que habían sido regaladas como bajas de inventario por algunos hoteles o decir lo mismo de Lombardo Martínez, que este fue peor porque ni cortinas entregó.

Aquí hay unas gentecitas que no saben que quedándose calladas se hacen un gran favor y créanme que podría pasar horas hablando de sus andadas porque los expedientes están ahí. Seguramente el momento de desempolvar los baúles del recuerdo llegarán porque lo peor que le puede pasar al lengua suelta, que para colmo te sostiene que tiene autoridad moral para hacerlo, es creer que porque el tiempo pasó la gente olvidó. Hoy todo se sabe porque desde que la era digital entró en acción todo se archiva y solo hace falta un clic para refrescar situaciones que fueron públicas décadas atrás.

QUE DIOS BENDIGA A NICARAGUA.

Por: Moisés Absalón Pastora.
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