Siempre hemos dicho que las medidas a tomar para combatir la pandemia deben estar en concordancia con la realidad de nuestro país y con el nivel de contagio que tengamos. Si al inicio se llamaba a tomar las medidas básicas de higiene y distanciamiento social a nivel personal y familiar, y se orientaba en tal sentido a la población en las visitas casa por casa, ahora el llamado de nuestras autoridades incluye extremar tales medidas de precaución, por lo cual incluso desde antes que los contagios dejaran de ser solamente importados y de transmisión local, no comunitaria, ya el MINSA había comenzado a recomendar el uso de mascarillas, así como el aumento del distanciamiento social, aunque sin llegar al confinamiento masivo o cuarentena, manteniéndose al máximo nivel posible la vida económica del país, pero siendo recomendable para las personas en situación de riesgo (tercera edad y/o padecimiento de enfermedades crónicas), evitar la salida a la calle si no es por razones de estricta necesidad, como efectivamente lo es para una gran cantidad de nicaragüenses cuyos ingresos dependen de salir a trabajar fuera de su casa.
Por otra parte, desde que se presentó el primer caso siempre se ha orientado a los contactos de quienes resultan positivo en el examen o tienen síntomas propios del COVID19, permanecer en sus casas por el tiempo prudencial recomendable de 15 días o más, dependiendo en cada caso de circunstancias específicas definidas por los médicos. Ahora que los casos han aumentado, es vital el sentido de responsabilidad que se tenga para cumplir con esta medida y que los contactos de personas afectadas se autoimpongan el confinamiento personal y/o familiar por el tiempo señalado, todo en el marco de las posibilidades de cada persona y familia, con respecto a lo cual tenemos en nuestro país la circunstancia de que el 80% de la población económicamente activa en las zonas urbanas depende del trabajo por cuenta propia y por ende, sus ingresos provienen de su actividad de cada día, que en la casi totalidad de los casos implica contacto físico con otras personas y en la mayor parte de ellos, fuera de sus casas, mientras el 40% de la población total vive en el campo y debe realizar sus labores diarias de siembra precisamente en esta época del año, de lo que depende no sólo su sustento, sino el de todos los habitantes de Nicaragua, no sólo por el peso económico de dicha actividad, sino porque de ella depende nuestra alimentación.
El método del confinamiento masivo como medida para enfrentar la actual pandemia tiene su razón de ser cuando las condiciones de un país lo permiten, pero objetivamente no podemos desconocer que está generando una tragedia mundial de la cual poco se habla y que bien califica como crisis humanitaria global, de proporciones iguales o incluso superiores a las de la tragedia que es ya en sí la pandemia misma. Los ingresos en el llamado sector informal de la economía se han reducido en un 60%, y el 80% de los trabajadores en dicho sector verán drásticamente reducidos sus ingresos en los próximos meses. En Estados Unidos el desempleo ha subido de 3.5% a un escalofriante 25% en lo que tiene de estar vigente la cuarentena, sin protección jurídica alguna para los trabajadores, que están siendo despedidos a mansalva, y la situación en Europa es similar, con ciertas salvedades como en el caso de España, donde el actual gobierno de centro-izquierda ha adoptado políticas para la protección de los trabajadores asalariados de los despidos masivos en el sector privado. En América Latina, al cabo de dos o tres meses habrá casi 30 millones más de pobres a consecuencia de la crisis económica generada por la pandemia. A nivel mundial, la caída del PIB podría andar por la apocalíptica cifra de -24%, casi como en la Gran Depresión de 1929.
Nicaragua es el segundo país más pobre de América Latina a causa de guerras, saqueo de nuestra economía por las transnacionales bajo los gobiernos entreguistas libero-conservadores, intervenciones militares y bloqueos económicos, todas ellas calamidades impuestas a nuestro país por el imperialismo norteamericano. Ya podemos imaginarnos qué pasaría si se aplicara aquí el método de confinamiento masivo, después del gigantesco daño económico causado intencionalmente con el intento de golpe de Estado en 2018, perpetrado por los mismos que hoy piden la aplicación de esa medida y a la par, siguen pidiendo y celebrando las agresiones económicas contra nuestro país, mal llamadas “sanciones”, que causan problemas adicionales a nuestra economía, hasta 2017 una de las que más crecían en América Latina desde el regreso del sandinismo al poder, diez años atrás.
Nuestro método para enfrentar el COVID19 es el adecuado a nuestra realidad, y lo hacen posible las características de nuestro sistema de salud, al servicio del pueblo y de carácter inclusivo, preventivo y comunitario, gracias al cual se ha reducido la mortalidad materna, de 92.8 por cada 100,000 nacidos vivos en 2006 a 29.9 en 2019; la mortalidad infantil, de 29 por cada 1,000 nacidos vivos en 2006 a 11.4 en 2019; la desnutrición infantil en menores de 5 años, de 21.7% en 2006 a 11.1% en 2019; aparte de los logros en la lucha contra la pobreza, propios de nuestro modelo protagónico popular en cuyo contexto se inscribe nuestro sistema de salud, y en tal sentido podemos señalar la reducción de la pobreza, de 48.3% en 2005 a 24.9% en 2017; y de la pobreza extrema, de 17.2% en 2005 a 6.9% en 2017. A las políticas que han permitido estos logros, es a lo que llama La Prensa “las medidas populistas del régimen de Ortega desde que regresó al poder en 2007” (La Prensa, 30/05/20). Entre estas “medidas populistas” está el aumento en el gasto percápita en salud, que pasó de U$32 en 2006 a U$70 en 2019, y que representa un aumento en la inversión en dicho sector, de U$111.9 millones a U$468.55 (casi cinco veces); y está también entre estas medidas, la construcción de 18 hospitales ya terminados, más 6 actualmente en construcción y 9 más programados.
Es gracias a estas políticas y al sistema de salud que con ellas se corresponde, que las medidas tomadas y orientadas para enfrentar la pandemia están surtiendo el efecto esperado en Nicaragua. Los “analistas” y “expertos” agoreros del desastre que ellos mismos representan, pronosticaban para esta fecha decenas de miles de fallecimientos y más de 100,000 contagios, pero incluso las cifras que ellos mismos manejan, superiores a las oficiales, están alejadísimas de ese escenario dantesco tan deseado por esos mezquinos desalmados. Ahora dicen que “esto apenas está empezando” y se frotan las manos cuando ven subir la cantidad de casos y de víctimas fatales del COVID19, porque al igual que en 2018, cada muerto suma puntos a su favor en ese juego macabro de la mentira y el odio, pero además hacen fiesta en las redes sociales cuando un nuevo fallecido es sandinista. Peor para ellos, porque quedan en evidencia, como queda también en evidencia la abismal diferencia entre sus valores y los nuestros.
Hasta hace poco más de una semana, los fallecimientos por neumonía de este año (309) seguían por debajo del comportamiento promedio de este indicador en los últimos años, desde 2015 (277.67) y por debajo de su comportamiento anual en 2016 (329), aunque lo más probable, natural y que siempre ha sido lo esperado desde que surgió la amenaza de la pandemia, es que este año se supere ese promedio y también la cantidad máxima hasta ahora (la de 2016), en vista de que la enfermedad de la pandemia es de tipo respiratorio, y de que nuestra prioridad es la prevención y la atención a los pacientes, independientemente de que acudan por neumonía o por COVID19, ya que el tratamiento es básicamente el mismo, y de que nuestro modelo incluye determinados criterios en la aplicación de los tests para priorizar a las personas en situación de riesgo, lo que hace más expedita y efectiva su atención, pero es útil saber que esto a la vez genera una percepción de mortalidad por la pandemia muy por encima de la real, ya que se contrasta la cantidad de fallecidos, no con la cantidad de contagiados en general, sino con la cantidad de contagiados en situación de riesgo, lo que se suma a la distorsión mundial de la letalidad, originada en el hecho de que la mayor parte de personas contagiadas son asintomáticas.
Es por eso que a nuestro juicio, la variable correcta para medir el efecto de las medidas cuyo objetivo es mantener en el nivel más bajo posible los fallecimientos por COVID19, es el índice de mortalidad en estricto sentido y no el de letalidad, que equivocada o interesadamente se ha estado usando en el mundo como referencia fundamental. La diferencia entre ambas variables es que la letalidad se refiere a la cantidad de fallecidos por cada 100 contagiados, lo que sólo podría reflejar la realidad si se aplicara el test a toda la población de un país, y que suele confundirse con el concepto de mortalidad, mientras en realidad el índice de mortalidad se refiere a la cantidad de fallecidos por cada 100,000 habitantes, lo que nos da un resultado mucho más fiable, de hecho el único resultado objetivo desde el punto de vista práctico, dado que por un lado, la cantidad de habitantes de un país es un dato con el que ya se cuenta de antemano, y por el otro, el dato de fallecimientos es más real que el de contagios, pues los fallecidos por COVID19 en su gran mayoría son personas en riesgo, que son precisamente la prioridad en la aplicación del test en nuestro país.
Puesto que el objetivo principal es evitar que las personas mueran por el virus, la variable de la mortalidad por la pandemia (medida para fines prácticos en cantidad de fallecidos por cada 100,000 habitantes) es el único instrumento comparativo viable entre países o más importante aún, entre cada país y el promedio mundial de mortalidad, para tener una noción lo más objetiva posible acerca de la efectividad de las medidas que se toman, algo que resulta fundamental para la selección y correcta aplicación de las políticas más adecuadas, como lo son las nuestras, cuya idoneidad queda irrebatiblemente demostrada con el indicador que resulta de la aplicación de esta variable como referente estadístico, tal como veremos con los datos que presentaremos a continuación.
El índice mundial de mortalidad por la pandemia en este momento es de 4,87 personas fallecidas por cada 100,000 habitantes. En el caso de nuestro país, el índice es de 0.83 teniendo como referencia los 53 fallecidos reportados por nuestro gobierno, pero lo interesante es que incluso si se tomara como referencia el nada fiable reporte paralelo de la derecha golpista pandémica, que habla de 805 fallecidos, estaríamos en 12.67, bastante por debajo del preocupante 30.70 de Estados Unidos, que es el modelo a seguir para estos señores, y cercano al 13.59 de Brasil, con otro de sus gobiernos aliados. Tómese en cuenta que estamos usando datos oficiales en todos los casos, y si según nuestros detractores los nuestros son falsos, ¿por qué no habrían de serlo los de esos países? Si así fuera, obviamente su situación sería aún peor.
Pero ilustrémonos un poco más y veamos los índices de mortalidad en algunos países que pueden ser de interés, ya sea porque han sido noticia en el contexto de la pandemia, como es el caso de China con 0.33; Italia, 55.19; Suecia, 43.21; o bien porque son países con sistemas de salud similares al nuestro y que por no alinearse con el pensamiento único neoliberal, son calumniados, asediados y agredidos constantemente, como es el caso de Cuba, con 0.74; o Venezuela, 0.05, el más bajo de la lista y uno de los más bajos del mundo. No damos cifras de cantidades absolutas de fallecidos y de población total para no cansar con tantos números, pues lo que importa aquí es el resultado, pero esos datos están disponibles en la red para cualquiera que desee hacer las cuentas correspondientes, muy sencillas por cierto: se divide la cantidad de fallecidos entre la población total del país (o del mundo, para el índice global) y el resultado se multiplica por 100,000, dado que no estamos hablando de porcentaje, que sería la cantidad de fallecidos por cada 100 habitantes (números decimales con varios ceros antes de la unidad en todos los casos), sino de cantidad de fallecidos por cada 100,000 habitantes, que es una cifra mucho más fácil de manejar.
Como podemos ver, China, Cuba, Venezuela, Nicaragua, opuestos al orden hegemónico mundial impuesto por el imperialismo, presentan índices excelentes en el manejo de la pandemia, contrario a Estados Unidos y Brasil, con regímenes de ultraderecha, o Italia, con un modelo neoliberal, y no deja de ser interesante el caso de Suecia, país con un modelo contrario al confinamiento, pero casi con tan malos resultados como Italia, que sí aplicó ese método. Somos del criterio de que nada es verdad si no se puede fundamentar matemáticamente, y aquí estamos frente a un ejemplo de esto, con el que se desarticulan de manera contundente las manipulaciones, distorsiones y mentiras que caracterizan a la furibunda campaña tanto a nivel nacional como internacional en contra de nuestro modelo, en el que como hemos dicho otras veces, no se trata de escoger entre la economía y la vida, porque la nuestra es una economía para la vida, basada en su gestión y control creciente por los trabajadores, cuya gran mayoría no sobreviviría sin salir de su casa, pues morirían ya no por la pandemia, sino de hambre, y como dijo el Comandante Daniel Ortega, “este es un pueblo que por hambre no se va a morir” y que con toda seguridad, con su capacidad de lucha y el nivel de unidad, conciencia y organización que le caracterizan, sabrá seguir enfrentando de forma victoriosa, tanto al Coronavirus como al virus de la mentira y el odio, propagado por aquellos que se alimentan de la muerte y que a pesar de su patológico empeño en mentir y destruir, motivados por su anhelo de ver a nuestro país postrado y a nuestro pueblo arrodillado como ellos ante el Imperio, NO PUDIERON NI PODRÁN.
por Carlos Fonseca Terán.