Sobre el Sentido del Momento histórico
Por Arlen Jahoska Cuadra Núñez.
(9 de junio 2020)
Nací en 1979, tremendo año. Recuerdo cuando me quejaba por no haber nacido un poco antes para haber podido participar en la insurrección. Hoy creo, que nací en el mejor año de todos.
Creo que cada quien llega cuando le toca llegar y debe desarrollar agudamente su sentido de cada momento y en cada momento adaptar su capacidad de aporte a la realidad para transformarla, transformarla para bien, claro está.
Me crié en una casa que quedaba en el límite del centro histórico de León, a una calle de la estación del ferrocarril, locomotor que me trae hermosos y divertidos recuerdos de esa niñez contradictoria que tuve entre feliz (por los aires de nueva vida que soplaban) y tensa (por la amenaza imperialista en las fronteras de nuestro país, personalizada en la Contra).
Mis recuerdos infantiles van muy atrás, una vez me le perdí a mi mama en el aeropuerto, estábamos despidiendo a una tía, era ella linda gente, pero si hubiera entendido las verdaderas razones por las que en los 80s alguien se iba del país, no la hubiera ido a despedir de haber podido decidirlo. Tenía yo, como 3 años, y bueno, tal como pueden apreciar, me encontraron.
Cuando empecé a tener opinión, aunque no tanta libertad para darla (porque los adultos cometemos el error de creer que l@s niñ@s no entienden o no saben o no oyen) absorbía las ideas, las posiciones, las definiciones que mi abuela (MamAlba) y mi mama me transmitían en sus historias y conversaciones que a veces, obviamente, ni siquiera eran conmigo, aunque debo decir que mi MamAlba era una vieja sabia, como esas mujeres precolombinas que solían ser guías espirituales, vamos, lo que nuestros conquistadores debían haber llamado brujas despectivamente.
¡Pues sí! Mi MamAlba era así, le encantaba contarlo todo. Solía variar algunas cosas, pero uno aprende, a medida que la va escuchando (me gusta asumirla en presente) y conociendo, cuándo está agregando algo al cuento. Y por cierto, solía improvisar cuentos de conejitos donde personificaba mi vida con diversas posibles situaciones en las que me podía ver involucrada, a manera de enseñarme cómo reaccionar, cómo actuar, qué evitar, etc, etc. Y claro, habían cuentos que a mí me encantaban y cuando le pedía que me los contara otra vez, sin duda por ser improvisaciones la Compa no lograba contarlo intacto, entonces se me salía la típica altanería y malacrianza de niña súper mimada. Esos pleitos, fueron inolvidables.
Volviendo a las historias de mi MamAlba, lo que jamás variaba, a lo que nunca le movió una pisca, fue a cada relato real de los acontecimientos monstruosos del somocismo. ¡Jamás! Nunca tuvo un desliz.
Una y otra vez la historia de la Santitos Bárcenas torturada y asesinada con una de sus hijas. Una y otra vez la historia de los chavalos secuestrados y perseguidos para desaparecerlos y asesinarlos.
Una y otra vez la canción que iba cantando mi tío Róger el día que lo capturaron y asesinaron.
Una y otra vez la historia de los cateos a la casa y la valentía impulsiva de mi abuelita Zenayda con la Guardia.
Una y otra vez la historia de cómo se salvó la Compa Lucía.
Una y otra vez la historia de Enrique Lorente y Luisa Amanda Espinoza, caídos al mejor estilo de Julio Buitrago, enfrentados a un batallón de guardias armados hasta los dientes.
Una y otra vez la historia de como se liberó el Fortín, el mismo día que murió Raúl Cabezas.
Sí, a Raúl se le amaba en la casa, había una foto suya en un marquito de hierro colgado en la pared de la sala, junto a un recorte de periódico con la foto de Carlos Fonseca. Eran esas fotos, como las de cualquier familiar a quienes recordar y por supuesto llorar, porque siempre he tenido lágrimas livianas.
Así, justo contando la historia oralmente como en la antigüedad, me educó y me enseñó sandinismo mi MamAlba. Con ella iba a las reuniones del Comité de Base, se hacían donde Doña Damiana o donde el Hermano Lelo, apodo que no se quién le puso al Compañero Alejandro Valdivia, creo que por su aspecto físico, porque el hombre era medio getón.
Las vigilancias revolucionarias eran mi fascinación. Me sentaba en la acera de la casa con mi MamAlba hasta que el sueño me vencía; eso no era tan temprano para una niña de 6, 7, 8, 9…. añitos, y no era siempre que me dejaban quedarme, pero yo intentaba siempre que podía. Confieso, que no entendía bien, cómo un grupo de personas iba a impedir que atacara la Contra o el imperialismo. Esa duda siempre la tuve y nunca la expuse. Lógicamente, no tenía claro los objetivos de la vigilancia, pero yo quería estar, así de simple.
Agarré tamaño cuando se acercaban las elecciones. Ya con 10 años sabía muy bien lo que significaba ganarlas o perderlas. Al menos yo estaba convencida de ello y estoy segura que acertaba más de lo que much@s insolidari@s e inconsecuentes de hoy lo hacen respecto a las del 2021 y la necesidad de darlo todo, echarla toda y no detenernos. Para la Campaña del 89 me dispuse con mi MamAlba a trabajar en agitación y propaganda. Las manifestaciones de los 80s eran impresionantes, aguerridas, puras, hermosas, ideológicamente fortalecedoras. Pero no sólo agitación hacíamos, teníamos que encargarnos de la propaganda.
Nos entregaron en la Asamblea de base un rollo de afiches de la compa Gladys, Omar, Alonso Porras y no me acuerdo quiénes más. Nos asignaron algunas cuadras y manzanas. Fueron varios días haciendo almidón para pegarlas. Yo cargaba un banquito de esos que les llaman pategallina y el baldecito de almidón. Mi MamAlba llevaba los afiches. Escogíamos la pared. Me subía al banquito, y después de untar el almidón en la pared, me pasaba ella el afiche para pegarlo.
Terminamos temprano. Con ganas de más, al menos yo, pero mi MamAlba decía que las otras calles le tocaban a otros compañeros. ¡Y era verdad! Porque en una de ellas, nos encontramos al Hermano Lelo pegando afiches.
Perdimos las elecciones. Viví los momentos más tristes que mi familia podía vivir. Vinieron años abominables. Nunca dejamos de ser sandinistas. Mi MamAlba, jamás dejó de contarme las mismas historias de cabo a rabo. Nos mantuvimos en las calles. Yo a la vuelta de una marcha al Fortín, conocí a Oscar Somarriba, viejo amigo de mi mama y Secretario Político del barrio El Calvario. Él nos invitó a organizarnos en el barrio, que dicho sea de paso era el barrio vecino del nuestro donde ya no quedaban casi sandinistas, y la cosa con el Secretario Político nunca andaba bien, como nos pasa a muchos en la actualidad (jajaja), parte del día a día de nuestra organización.
Así fue como entre el 94 y 95 nos integramos nuevamente al trabajo partidario, yo ya tenía 15 años. En Noviembre de 1995, el día 8, aniversario de la caída en combate de Carlos Fonseca, Oscar me dió mi carnet de Militante, juro por mis muertos que eso me emocionó más que el diploma de Bachiller, el de Licenciada y todo los títulos que han llegado en estos veinticuatro subsiguientes años. Fue en la parte de afuera de la casa de don Antioco Santamaría, otro viejo sabio amado.
Así comenzó, con más orden y más compromiso mi vida en el Frente. Todo esto lo cuento porque a veces se piensa que la militancia de alguien es pasajera. Pues sépase que no. Hay quienes estamos definidos a dejarnos ir de cabeza por la libertad de la Patria.
Hoy toca asistir enfermos, acompañar a compañeros, compartir el pan, los frijoles, el queso, el té de genjibre con la persona que más lo necesita; hoy toca ir a dejar un paquete alimenticio, registrar pacientes crónicos, apoyar al MINSA, pues eso, ¡se hace! Eso es tener sentido del momento histórico que se está viviendo. Hay que buscar dentro de cada quien es@ revolucionari@ que llevamos dentro y hacerlo ANDAR, como Cristo hizo andar a Lázaro.