Ahora que estamos reiniciando labores, de vuelta a la realidad, con las estadísticas actualizadas de esta pavorosa pandemia, más conscientes que nunca del impacto devastador que económicamente se le viene encima al mundo y particularmente al mundo de nuestra Nicaragua, sumamente frágil, más que nunca debemos pensar en un nuevo pacto con Dios porque la sugerente letalidad que nos representa la gran tribulación del Coronavirus y de lo que está haciendo con los destrozos que nuestras nada viriles manos ocasionaron al planeta, nos indica que los anteriores pactos no los honramos, que después de tantos mensajes a través del lenguaje de la naturaleza, no hemos sido capaces aun de leer, en la magnanimidad de la Misericordia Divina, que El Creador quiere seguir tratando con nuestra especie pero sin recurrir a la devastación de otro diluvio, aquella inundación que arrasó con “todo ser que vivía sobre la faz de la tierra, desde el hombre hasta la bestia, los reptiles, y las aves del cielo”, todo lo que respiraba.
No son pocos los individuos que se muestran ofendidos por el diluvio, denunciándolo como una prueba de la injusticia o arbitrariedad de Dios a quien llamaron temperamental porque juzgó indiscriminadamente. Tales ataques sobre el carácter de Dios no son nada nuevo porque mientras sigamos existiendo pecadores en el planeta, habrá acusaciones de que Dios es injusto.
Desde la Creación los seres humanos, a pesar de que siempre existieron reglas las desconocimos. Así las cosas, cuando Dios le preguntó a Adán por qué comió la fruta prohibida, este endosó la culpa a Eva y de paso al Creador porque este se la había dado de compañera y que por eso había desobedecido. Sin embargo, culpar a Dios no mitigó el pecado de Adán y de la manera el llamar a Dios “injusto” por haber enviado el diluvio nunca disminuyó nuestros pecados.
Dios liberó a su pueblo amado Israel y lo hizo haciéndolo pasar pruebas a lo largo de 40 años en la travesía sobre el desierto y antes de ponerlo en la Tierra Prometida desde el Monte Sinaí lanzó celosamente sus diez mandamientos contra quienes sustituyeron a Dios por un becerro de oro.
Dios juzgó al pueblo de Canaán con la orden de destruirlos. Él juzgó igualmente a Sodoma y Gomorra y en su momento llegará el juicio final donde todos los impíos de todos los tiempos seremos arrojados al lago de fuego y eso ya está escrito en la Biblia desde tiempos inmemoriales lo que debe leerse como una advertencia que no hemos querido hacer propia porque nos acomodamos a aquello de que Dios es siempre magnánimo y que basta con que solo le pidamos perdón al Supremo para quedar automáticamente limpios cuando obviamos que para que eso tenga efecto debemos tener voluntad de enmienda.
Yo no tengo duda de la misericordia y magnanimidad de Dios, pero me perdonará no solo porque se lo estoy pidiendo de la boca al labio o del pensamiento al corazón, sino porque si mentí debo dejar de mentir, si robé debo dejar de robar, si ofendí debo dejar de ofender. Es decir, Él te perdonará sin duda ama al pecador, pero por sobre todas las cosas aborrece al pecado y eso es lo que el castiga, ya sea por medio de fuego y azufre, de terremotos y tsunamis, con un diluvio universal y catastrófico o con una Pandemia como la que hoy nos aterra.
Cuando la desventura llega y la tierra que nos ama nos reclama por el trato no correspondido que le damos, lo que pasa en realidad es que se desnuda el mal agradecimiento que tenemos hacia el planeta que es nuestro hogar y al que hemos tratado como nuestro enemigo, actitud que no es de ninguna manera justificable y dado que desde esta tierra nosotros vivimos en varios mundos debemos replantear lo que serán nuestros días a partir de nuestro nuevo futuro.
No se nos ocurra por la tribulación que tenemos encima culpar a Dios por el resultado de nuestros propios errores, porque sería lo más fácil y lo más cobarde. Antes bien pensemos en la inmensa capacidad que tenemos para maldecir cada de una de las bendiciones, comenzando por la vida, que Dios nos ha dado. Él nos manda a amar, pero nosotros odiamos; Él nos habla de la vida, pero nosotros matamos; Él quiere que seamos hermanos, pero hay quienes quieren que seamos enemigos; Él nos da su paz y nosotros con guerras; Él quiere que nos respetemos, pero hay quienes por ser grandotes creen poder destruir a los más pequeños que son los mimados del Señor.
Bíblicamente está sentenciado que la paga del pecado es la muerte y si seguimos así continuaremos muriendo a menos que decidamos a partir de este momento acordar con Dios un nuevo pacto, una nueva relación, un nuevo compromiso que parta de un borrón y cuenta nueva donde nuestra firma y nuestra garantía sea el propósito de enmienda.
Lo que nos viene son días, semanas, meses, años, no sé cuánto tiempo, creo que eso dependerá de nuestras actitudes y decisiones, pero lo que nos espera es difícil, nos tocan las puertas tiempos oscuros y lo más difícil es que es una realidad tan grande que no se puede ni disfrazar, ni disimular, ni cosmetizar y esto es algo que afecta a gobernantes y gobernados y a ricos y pobres y sin distingos de ninguna naturaleza y es ahí donde la conciencia y el más alto espíritu de responsabilidad entra en juego y los nicaragüenses, que tenemos una economía sumamente frágil, pero gracias a Dios con una visión social amplia, debemos tener claridad de las cosas que efectivamente deben ser prioridad porque nadie duda que estamos en un contexto específico de sobrevivencia.
En éste contexto lo que debería imponerse es el abandono total de la politiquería. Debemos dejar a un lado el interés personal en beneficio de interés general y eso pasa por dejar de ser gasolina para la hoguera y convertirnos en la cura humana, desde nuestras actitudes responsables y maduras, en la cura contra una peste letal que está postrando y cobrando vidas, pero que también está hundiendo nuestro futuro porque hoy tenemos no un mundo en crisis económica, sino un mundo quebrado económicamente y los que vivimos en países empobrecidos como Nicaragua debemos tener plena conciencia de esto.
Hoy estamos regresando no de vacaciones prolongadas de Semana Santa, sino de un cónclave hogareño que rompió con las tradiciones propias de la época que siempre nos significaron visitar familiares en el interior del país o recibirlos en nuestras casas, salir a los balnearios o participar de eventos religiosos a propósito de la pasión, vida, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, pero nada de eso sucedió porque la inmensa mayoría, menos mal por el bendito sentido común, decidimos guardarnos a puerta cerrada.
El mundo tal como lo conocimos es otro junto al que habitamos en Nicaragua y nosotros los orgullosamente nicaragüenses, los que tenemos una identificación intrínseca con los encantos de la tierra que nos pario, debemos comprender que como nadie vendrá en nuestro auxilio porque cada quien está buscando sus propias formas de sobrevivencia, los que estamos aquí, independientemente de cómo pensemos –eso es otra cosa- debemos buscar qué hacer para salir juntos adelante, para salomónicamente ver cómo las grandes mayorías sean nuestra prioridad y eso pasa por el afloro de ese gran espíritu de solidaridad humana que llevamos dentro y que en otras etapas duras de nuestra historia, que en su momento nos hicieron poner rodilla en suelo, nos permitieron volver a levantarnos contra todos los pronósticos.
Hoy no se trata de quien debe hacer sino de lo que todos tenemos que hacer y lo primero es relajar nuestras trompas que por efecto de las diferencias políticas y los apetitos de poder ponen aquellos que además se pasan fácilmente la vida criticando, lo que les es muy conveniente, pero sin proponer nada de nada.
Ya vendrán los tiempos electorales, ya veremos cuando lleguen cómo estamos y que cada quien haga lo que le corresponde para prepararse para ese día que decidirá quién continuara gobernando, pero mientras tanto es el momento de las grandes propuestas que reduzcan al mínimo la propagación de la pandemia, salvar vidas, identificar enfermos, hacer conciencia sobre el impacto de la crisis sanitaria, ver cómo nos reincorporamos a la actividad económica, cómo recuperamos lo que otra vez perdimos y cómo los medios de comunicación nos concentramos fundamentalmente en ser medicina que sane sicológicamente a un pueblo martirizado por el odiovirus que es más letal que el propio COVID-19.
Yo creo que Nicaragua, desde la cristiandad que le caracteriza, nos exige un nuevo pacto y no podemos construir la recuperación del futuro ignorándolo porque todos, absolutamente todos somos afectados, tanto el que tiene porque terminará sin poder comprar y peor aún aquel que sin trabajo no tiene ni salario para aspirar a comprar y eso socialmente es peligroso porque nos podría poner a todos en una jungla donde prevalecerá el más fuerte.
Tenemos que dejar los orgullos aun lado y pensar agradecidamente que Nicaragua ha sido generosa con sus hijos y que es hora que sus hijos seamos generosos con ella y no lo digo por hilvanar una figura literariamente romántica, sino porque debemos conferir a la nacionalidad el poder que tiene y de esa forma hacer valer aquella profecía de que nuestro país será luz para las naciones y para sentirnos orgullosos de ello debemos todos de diseñar y edificar un nuevo pacto.
QUE DIOS BENDIGA A NICARAGUA.
Por: Moisés Absalón Pastora.