El peor error que cometemos los que queremos ir al futuro construyendo desde nuestro presente la paz es detenernos para prestar atención a minucias irrelevantes a las que de paso concedemos un espacio que no merecen y que por caer en su necedad nos llevan al terreno perfecto para debilitarnos y entretenernos con sus brutalidades, las que por supuesto son ofensivas y abundantes porque ese es su mundo de confort.
A mí en lo personal cada vez que alguien me pregunta por alguien que en algún episodio de mi vida me ofendió o me hizo daño, independientemente que hoy por hoy, haya perdonado a esa persona que me hirió afectó, respondo diciendo que no hablo de los muertos lo que equivale a expresar que debemos dejar ir lo que no vale la pena y si decidí hacerlo por sanidad mental entonces para qué recordarlo, para qué hablar del asunto si eso me causa sabores amargos.
Como dice Paolo Coello -me gusta leerlo porque sus reflexiones literariamente te llenan de vida- debemos aprender a cerrar círculos. Debemos dar por clausurados esos episodios dantescos que ya se fueron, que se acabaron, que no volverán y que ya son parte de un pasado nefasto que no volverá porque los vencimos, porque sobre su fuerza pudo más nuestra razón y vale entonces decir que los nicaragüenses no podemos de ninguna manera estar haciendo eco de las brutalidades que el odio publica en las redes para amenazarnos con reeditar el pasado sangriento si vivimos un presente de paz.
La inmensa mayoría en este país se siente resucitado, ya es un vencedor de la muerte que dejó atrás los miedos y que seguro de ir a la reconstrucción de lo que tenía antes del 18 de abril del 2018 y superarlo, no debe prestarse a ser caja de resonancia de quienes insisten en desmoralizarnos porque en su inmensa frustración realizan que efectivamente ni pudieron ni podrán, por mucho apoyo que tengan de un imperio desprestigiado que tarde se dio cuenta que fue un error volver a tocar la dignidad del nicaragüense que ya antes lo venció, no una sino varias veces.
Digo lo anterior porque con el único interés de evidenciar las múltiples brutalidades que reproducen las miserias humanas, no pocos se dan a la tarea de exponerlas, para que otros también vean hasta donde es capaz de llegar la bestialidad, pero créanme, en vez de desnudar su mezquindad lo que hacemos es caer en su trampa, al viralizar y multiplicar desde nuestro propio terreno o nuestro perfil, el objetivo que persigue el terrorismo, cuando por el contrario en la marcha que ya no tiene retroceso, por establecer la paz plena, podemos masificar nuestros propios mensajes que son mucho más convincentes, más edificantes y altruistas por su contenido porque son una propuesta sincera para alcanzar el fin noble de una reconciliación auténtica.
Si nuestro discurso es de paz para qué entonces convertirnos en promotores de la violencia de los vándalos. Para qué reproducir esas fotos donde la miseria humana hace escándalos con sus ridículos grupitos si cuando de todas formas al ser publicadas por ellos mismos lo único que dan es lástima porque nadie les hace caso, nadie los determina, la inmensa mayoría los ignora.
Hay banquetes que son difíciles de resistir como por ejemplo aquel espectáculo que los cabecillas de la Alianza Cínica dieron en Costa Rica hace unos meses atrás, donde los que no representan ni a los suyos salieron insultados y desconocidos por quienes confesaron que estaban armados en los tranques, que sus protestas nunca fueron pacíficas y cuya desesperación es tal que pidieron a los “líderes” designados por el dedo de algunos obispos, que fueron los creadores de la Alianza Cínica, que les dieran armas, según ellos para hacer la guerra a gente que creen que está cota, que relincha de indignación por la que el terrorismo le hizo al país, pero que sin bajar la guardia y segura de lo que es capaz de hacer para defender éste inmenso proyecto social está dedicada a reconstruir la nación y no a responder con la misma moneda a quienes propician agresiones por parte del imperio contra Nicaragua porque si así fuera aquí ya no abrían puchos, ni miserias humanas, ni picachas, ni charbascas, ni chingastes, ni nada que represente esa pesadilla que fue tan incapaz que ni con todo el financiamiento millonario y el adiestramiento imperial fue capaz de consumar el golpe de estado.
Claramente debo decir que no debemos permitir a las emociones que sean más efectivas que la inmensa capacidad de análisis político del sandinismo y de sus aliados. Del lado de la mayoría, donde están los nicaragüenses de bien, los talentos cerebrales que convenciendo y no imponiendo recuperaron al país de sus secuestradores no surgieron ni de Harvard, ni de Yale, ni de Wets Point, sino de la experiencia aleccionadora de la historia, de la envidiable capacidad de convertir los reveses en victorias, de ser originales y tener una respuesta pragmática para cada circunstancia desde el dominio pleno que para cada acción existe una reacción.
Debemos partir de un axioma matemático y es que nosotros no somos iguales a ellos. Nosotros somos la luz que sacó de la oscuridad a Nicaragua, somos el resultado de un gran maestro que el dolor y que por conocerlo y haberlo vivido no lo queremos más y aunque tengamos una gran capacidad de indignación, lo que hoy nos caracteriza es una inmensa madurez política que nos impide ponernos de tú a tú con ellos porque hacerlo significa descender al estercolero en el que viven destrozándose entre sí.
Esas famosas redes sociales tienen un poder de reproducción increíble y de ahí que la noticia falsa haya encontrado un suelo de cultivo apropiado para sus propósitos terroristas y cuando nos hacemos eco de ellas y de las frustraciones de quienes padecen de un odio cancerígeno, indirectamente les hacemos el juego, nos convertimos en parte de sus estrategias, porque al compartir sus mensajes, que pretenden desmoralizarnos con las mentiras que arman, también contaminamos a nuestros propios contactos a los que servimos en bandeja el gusanito ese de multiplicar las ridiculeces que pretenden hacer creer al mundo que nos observa, que aquí vivimos en un país que está en guerra, que el gobierno está débil o cualquier otra locura. Aún pueblo que como el nuestro quiere paz lo que debe interesar es mantenerse despierto, ser detector de movimientos raros y sospechosos, utilizar su inmensa sapiencia política, que además es histórica, para convencer y no imponer porque no podemos responder al odio con odio, ni a la agresión contra la agresión, ni al insulto con el insulto y el no haber hecho eso es por lo que hoy el mundo ve en nosotros una Nicaragua distinta.
Debemos dedicarnos a evangelizar y mostrar las tantas buenas nuevas que, a pesar de los eventos desprendidos del 18 de abril del 2018, nos han sucedido y precisamente eso es lo que tiene locos y desesperados a un oposicionismo en guiñapos que perdió la brújula y si aún muestra algún rescoldo de existencia es por la frecuencia de sus ladridos en los medios que contrata o en las redes en las que navega sobre perfiles falsos.
En ese sentido debemos reconocer la inmensa sabiduría con que actuó el Presidente Daniel Ortega, la Vicepresidenta Rosario Murillo, todos sus colaboradores y aliados porque por muy confuso que todo pintara al inicio, todo ese liderazgo junto, hizo posible que las cosas no pasaran a más, porque aquí se esperó mucho por una señal que nunca llegó para que el pueblo restableciera la paz y tranquilidad que el terrorismo, armas en mano, nos arrebató y gracias Dios los llamados fueron a mantener la calma, a preservar la vida, a utilizar el inmenso poder de la razón y dejar que la bestialidad se exhibiera y que las alimañas ponzoñosas quedarán expuestas y que los enemigos del progreso, los empresarios hipócritas que doce años después se dieron cuenta que se habían equivocado, luego de hacer grandes negocios gracias al gobierno, saliera a flote y quedaran al desnudo y expuestos porque ahora el nicaragüense sabe aquí quien es quien.
Debemos estar claro que este llamado a no ser caja de resonancia del terrorismo es porque lo único que a estas alturas del juego puede hacer el enemigo de la paz es usarnos con el propósito de que seamos transmisores de temores, miedos, pánicos e histerias colectivas.
Ese oposicionismo diabólico nos ve fuerte, sabe que está descubierto por el pueblo, sabe que internacionalmente la imagen que se tiene de Nicaragua ya no es la misma de hace dos años, sabe que muchos asustados por las mentiras del golpismo se dieron cuenta que lo que el terrorismo hizo fue una barbaridad, un crimen y que más bárbaro fue la forma en que todo esto se tramó para afectar a un país que como el nuestro iba caminando extraordinariamente bien, que jamás mereció la canallada que le hicieron y que los cerebros intelectuales que patrocinaron todo esto son tan abominablemente asesinos como los que ejecutaron y produjeron todo lo que ya conocemos y que hoy tiemblan porque están en un callejón sin salida, son presos de sus propios miedos, son rehenes de la conciencia que les reclama por la matanza realizada porque al final nunca existió una sola razón para destruir el país y eso lo vamos a cobrar electoralmente en el 2021 donde quedaran sepultados bajo una montaña de votos porque no puede vencer quien está destruido.
Queremos vengarnos de todo lo que nos hicieron, hagámoslo haciendo de la construcción de la paz el arma más poderosa de nuestro arsenal; demostremos a los diablos intoxicados por el odio que estamos felices; que reímos porque nuestra conciencia no tiene nada por qué avergonzarnos; que nos desplazamos en la cotidianidad de nuestro quehacer porque nuestros “azulitos” nos dan seguridad; que somos parte de un país que no se detiene y que tenemos la fuerza y el coraje de gritar en la jeta del Águila imperial que somos libres, soberanos e independientes y que en Nicaragua gobernamos y decidimos los nicaragüenses.
QUE DIOS BENDIGA A NICARAGUA.