La razón siempre será la fuente inagotable de la civilización y digo razón no para ubicar a quien pueda estar diciendo la verdad necesariamente, sino para invocar la facultad del ser humano de pensar, de reflexionar para poder aterrizar ideas destraumatizadas o de formar juicios sobre una determinada situación o cosa serenamente hablando.
La razón, dependiendo de cómo se invoque, puede tener muchas aristas, pero al final siempre será el argumento que una persona alega para probar algo y persuadir a otra porque es la causa determinante del proceder y de los hechos.
Por supuesto que tener la razón requiere también de bases intelectuales, pero su esencia, su practicidad, descansa en el sentido común a través de la sabiduría y conocimiento natural del ser humano que es en esencia el sentido común.
La razón es un conocimiento sobreentendido, que no está escrito en ninguna parte, simplemente lo tenemos imperceptiblemente, desde el mismo día que nacemos. Este conocimiento de sentido común es algo que aprendemos por experiencia y curiosidad, sin ser conscientes de ellos. Y el volumen de conocimientos de este tipo que acumulamos a lo largo nuestras vidas es muy considerable y es lo que al aplicarlo se convierte en razón.
Puedes golpear, gritar, mentir, para imponer por cierta una mentira, pero la razón y el sentido común jamás convertirá la violencia de tu acción en una verdad. Puedes hacer uso de medios tecnológicamente poderosos y tener presupuestos inagotables para comprar conciencias y construir monumentos gigantescos a la falsedad, pero no por eso se te dará la razón. Puedes hacer intentos por negar la realidad de un país y sus ciudadanos, puedes lograr externamente manchar la imagen de tu país y este ser pasto de la desinformación que creaste, porque desde afuera se cree en lo que se dice y no en lo que es, pero eso de ninguna manera incide en los que valen, que somos los de adentro.
Los cambios amigos, en tiempos tan contemporáneos como los que vivimos, se logran por la razón que se tenga y no por la imposición que se pretenda y lo digo porque solo el enemigo de la humanidad, el imperio norteamericano, Estados Unidos, se quedó atrapado en el siglo XX en la política del “Gran Garrote”, aquella que impuso el emperador Franklin Delano Roosevelt para realizar negociaciones y pactos con sus adversarios internos y externos, pero siempre mostrando la posibilidad de una actuación violenta como modo de presión. Aquella insolente frase mostraba que el régimen de Roosevelt podía presionar a los países latinoamericanos, particularmente los ribereños del mar Caribe con una intervención armada y ahora eso mismo lo moderniza el convicto, criminal, proxeneta, prófugo de la justicia y loco de camisa de fuerza de Donald Trump, la realeza pura de la bestialidad.
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Bajo ese pretendido América Latina comenzaría una ola de dominio político y económico estadounidense justificado en la pretendida extensión del «derecho» de Estados Unidos a intervenir en asuntos de otros países en “defensa”, dicen, de los intereses de ciudadanos estadounidenses, que al final solo eran mamparas del apetito neocolonial norteamericano.
Bajo la política del gran garrote o de esa proclama invasiva de “américa para los americanos” o de que “Latinoamérica es el patio trasero” de Estados Unidos, el mundo, pero particularmente el continente de la resistencia indígena, América Latina, ha sido pasto a sangre y fuego de quienes a nombre de la libertad y la democracia han sido peores que los Nazis porque aquellos fueron una mancha en la historia del planeta en tanto duró la segunda guerra mundial, pero el imperio norteamericano lo ha sido a lo largo de toda nuestra historia en calidad de enemigo de la humanidad.
Precisamente por la necesidad de cambiar esos patrones de conducta de quienes por sus pistolas imperialmente se erigieron como el “dómino” del mundo sin que nadie se lo pidiera o los llamara, es que la civilización está imponiendo desde métodos pacíficos los cambios necesarios para reducir a la embriagada estupidez de los norteamericanos que son la causa del mal causado en tantos y tantos pueblos agobiados por la sed de sangre y saqueo de todo inquilino que ha pasado y llegado a la Casa Blanca o Casa Negra.
Los métodos de cambiar las cosas ya no son los que antes decidía el Departamento de Estado de los Estados Unidos; ya no es la CIA la que con el concurso de los traidores nacionales generaba condiciones para que la infantería de marina, desde las sedes diplomáticas del imperio en cada uno de nuestros países actuaba para derrocar a los gobiernos que con dignidad se atrevían a golpearles la mesa.
No, hoy los pueblos hemos tomado la decisión de interpretar y definir la naturaleza de nuestras propias contradicciones y lo hacemos levantando como estandarte la razón, el sentido común, la ley, el orden, la estabilidad y por encima de todo privilegiando el derecho de las mayorías por encima de aquellas minorías que desadaptadas por no respetar las reglas del juego, a través de elecciones como único medio para poner y quitar gobiernos, ante su visible incapacidad, lo que hacen es coludirse con el agresor, en este caso Estados Unidos, para ser cómplices ejecutores de golpes de estado que siempre dejaron en nuestros países heridas muy difíciles de cerrar.
Actualmente hay una reacción contra esas políticas del gran garrote, no solo por parte de los pueblos en sí o hasta de gobiernos que han sido aliados del imperio en “x o y” circunstancias, sino que es una repulsa entre los mismos círculos de poder de los Estados Unidos que hace un poco más de un año atrás recordaban con horror como la rabia creada por ellos había llegado a tomarse el mismísimo congreso en Washington.
Aquí en Nicaragua el terrorismo durante tres largos meses destruyó el país y fueron amnistiados por eso y por insistir en repetir esos mismos crímenes fueron procesados, juzgados, sentenciados y ahora están donde merecen estar en su verdadera patria, Estados Unidos, y están ahí por traidores a la nacionalidad nicaragüense que nunca merecieron y ahí se quedaran hasta la consumación de sus días hablando todo el miércoles que quieran porque la verdad a nuestro país, Nicaragua, la civilización de los cambios llegó para quedarse, independientemente de toda esa campaña sistemática que se nos lance para vender de nosotros un país diferente al que tenemos.
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Haber llegado al punto dónde nos encontramos no ha sido nada fácil si consideramos el estado de quiebra con el que en el 2006 se recibió el país. Aquello de la mesa servida proclamada por el tristemente célebre de Enrique Bolaños fue una soberana mentira, pero ni Daniel Ortega, ni Rosario Murillo, ni el sandinismo propiamente hizo de aquella realidad un pretexto para no hacer nada o cruzarse de brazos, a pesar de que el asunto no fue solo que no se recibió nada, sino que lo más triste se recibió un país a oscuras, con las plantas de energía a base de bunker muertas y que vivía en el momento más de ocho horas diarias de racionamientos de electricidad lo que por supuesto de entrada era una situación que representaba una economía con un comercio, agro e industria en estado de agonía.
Otro gobierno además de hacer el escándalo para justificar su inoperancia ante una situación tan real como esa, tal cómo pasó en los anteriores al 2007, se hubiera interesado más en terminar de hundir el barco que las ratas de aquellos tiempos del neoliberalismo habían agujereado.
Es decir, dicho de otra manera, aquí la revolución en paz que comenzó a andar desde la nada en el 2007 encontró en la civilización del cambio el camino hacia la mejor Nicaragua de todos los tiempos y por supuesto con tan paso firme y seguro que uno de esos terroristas que ya no están aquí con los ojos llorosos y renegando porque Daniel Ortega no era conteste a sus necedades y consciente de la realidad que les tocaría vivir más tarde decía que al sandinismo, con todo lo que comenzaba a hacer no lo pararía nadie y que electoralmente sería siempre invencible.
A esa conclusión llegaron todos esos oposicionistas que en su pretendido de asaltar el poder fraguaron fracasadamente el golpe de estado de 2018 con el descarado apadrinamiento del imperio norteamericano porque claros de que nunca más alcanzarían el poder por la vía electoral se lanzaron al más brutal baño de sangre, que, desde la figura de crímenes de odio, ha sido lo más ofensivo y repugnante que nos recuerde la historia en contra de la paz que siempre deseamos los nicaragüenses y que ahora además de tener defendemos como un solo cuerpo.
Si entes estas pichurrias y miserias humanas no pudieron, ahora peor que tenemos un pueblo clarísimo de lo que quiere y de lo que tiene y el mejor aliado que la paz, la seguridad, el orden y la estabilidad pueden tener son los mismos agentes del fracaso que aún viven un exilio dorado, porque en la medida que mienten y difaman en ese medida, los que vienen al país a visitarlo y gozarlo y observan la realidad se dan cuenta que la razón y la verdad está de nuestro lado y se ahí que aquella campaña internacional contra Nicaragua haya bajado sus decibeles por lo que muchas voces que nos tenían de bolero de tarro ahora escasamente se oyen y además son nuestros mejores cabilderos en cada lugar donde la política del gran garrote insista en mantener sus influencias.
QUE DIOS BENDIGA A NICARAGUA.









